anecdota de un diseñador

The big one

Un día de comercial un tanto peculiar

No me considero en absoluto una persona conservadora. Ni mucho menos. No soy de los que se escandalizan por los continuos bombardeos de índole sexual a los que nos somete la publicidad, el cine, la televisión e internet. Es cierto que soy de una una época anterior a la red. Cuando habrían dado de sí aquellas maratones onanistas si mi generación hubiera conocido el World Wide Web.

Así que aunque soy una persona abierta, no puedo dejar de compartir con vosotros una de las situaciones más divertidas, surrealistas y jocosas que he vivido desde que soy diseñador.

Mi trabajo no solo consiste en pasar horas y horas frente al ordenador (que también) dale que te pego a Freehand MX (soy un nostálgico lo sé). Muchas veces toca hacer ese desagradecido trabajo comercial y llamar a algunas puertas. Una vez íbamos vendiendo nuestra oferta de App para empresas (www.yogurdefresa.com/app). Visitamos un montón de empresas, comercios e instituciones. Un día, en el centro de Valencia pasamos por delante un Sex Shop, y me dije, ¿por qué no?. Una App para un comercio de este tipo puede ser muy interesante. Permite comunicarte con tus clientes con notificaciones push, enseñar tu catálogo de productos, e incluso comprar, y todo desde el smartphone del usuario. Pues bien, después de un pequeño suspiro para coger fuerzas entré en el establecimiento, y una vez dentro, vi una de las situaciones más absurdas que he visto en más de 10 años de profesión.

El sitio estaba muy bien decorado. Nada de penes gigantes en estanterías mugrientas. Era un sitio con categoría. Pero lo sorprendente fue ver a la dependienta, muy guapa por cierto, ataviada con unos guantes de látex de estos que se usan en los hospitales, que sostenía en la mano un pene de unos 30 centímetros (o más) bien gordote que daba vueltas al tiempo que emitía un divertido «brrrrrrrrrr». Frente a ella una mujer más mayor, pero que llamaba bastante la atención, con los mismos guantes, le hacía incesantes preguntas acerca de las ventajas y utilidades del utensilio. Al entrar y ver mi cara de idiota, me dedicaron sendas sonrisas y me preguntaron qué quería con la mayor dosis de simpatía que recibí aquel día.

Mientras les vendía mi moto me atendieron con mucha amabilidad, lo cual fue muy de agradecer. Les dejé mi tarjeta y me marché. Durante los cinco minutos que duró mi estudiada representación aquella chica no dejó de sostener en alto aquel falo rotativo. Toda la conversación fue amenizada por ese «brrrrrrr» mecánico. No era molesto. Los tres sabíamos la finalidad de aquel aparato pero actuamos con total normalidad. Como si aquello fuera una ferretería y aquella señora hubiera ido a por brocas del cinco. Viendo aquello más bien del doce.

No volví a saber más. Se ve que no le interesó hacer una App. Pero guardo muy buen recuerdo de aquella situación. Por eso quería compartirlo con vosotros. Me pregunto si finalmente la cliente compró el cachivache y si el uso que le dio fue positivo para ella. Si lo hizo, imagino que sí, solo había que ver como se movía aquello.

¿Tenéis alguna historia divertida que os haya pasado en vuestro trabajo? Contádnosla en #MeHaPasadoCurrando